Nunca me abandones

Por Héctor Camero Treviño

La inevitabilidad del destino encomendado al nacer, la inutilidad de cuestionar la razón de la existencia y la búsqueda del amor consolador para esos pocos días que nos queden son algunos de los temas que nos ponen a pensar en la cinta de Mark Romanek Nunca me abandones aparecida en cartelera la semana pasada.

Mirar el mar: purificación que busca una causa

Basada en la exitosa novela del inglés Kazuo Ishiguro del mismo nombre, este drama con tintes de ciencia ficción nos traslada al Reino Unido en tres etapas: a mediados de los sesenta, en los ochenta y mediados de los noventa

En la primera etapa, entramos al colegio donde se prepara a niños para desempeñarse como donadores en su edad adulta. Sin embargo, Kathy D. (Carey Mulligan) y Ruth (Keira Knightley) se inician en el desarrollo emocional que quedará trunco para la mayoría de los huéspedes de Hailsham.

El objeto del afecto es el cariño del abstraído e introvertido Tommy (Andrew Garfield), quien recibe cariño de Kathy D. pero, cosas absurdas, se queda con la otrora amiga de ésta y desde entonces, el antagonismo se cruza con la necesidad de los tres de compartir el camino incomprensible que tienen por delante.

Al paso de los años, la relación entre los personajes se tensa, se distiende en alegrías efímeras; se aborrece sin abandonarse, pero ultimadamente es la fotografía que los tres cargan consigo mismos en ese trayecto efímero e inentendible llamado vida.

Historicidad deductiva

Conforme pasa el tiempo, los personajes tratan de recobrar aquello que fue de ellos; retomar esa frase, ese gesto, ese cassette con la seductora canción que da título a la novela. Por desgracia y por cuestión de formato, la novela profundiza más en las imágenes del ayer para que los personajes se conmuevan, recapaciten o retomen segundos de vida a punto de perderse.

Porque en todos ellos lo importante, mientras se espera donar o la muerte, es la búsqueda: para Kathy, de una explicación sobre la injusticia del amor; para Ruth, la Posible de la cual pudieron haber obtenido su molde, así como del momento adecuado para confesar engaño en que ha mantenido a sus mejores amigos durante tantos años; para Tommy, de la razón de ser de aquellas expresiones artísticas profundas que fueron desechadas por la única autoridad que pudo darle el aliento de una trascendencia.

Impotencia irremediable

Una vocación, una aptitud, nunca una opción

Al final del camino, los personajes de Nunca me abandones se saben derrotados. La vida se esfuma y no se comprendió nada. A diferencia de otras películas metafísicas en las que el “engaño” se descubre y todos lloramos junto al cuerneado: Sexto Sentido, The Truman Show y otras más, la trama se centra en aceptar el proyecto de vida preprogramado para unos; no se cuestiona la labor que se les encomendó al nacer porque desde el inicio se asumió como verdad incuestionable –Miss Lucy (Sally Hawkins) intenta despertarlos del letargo durante su infancia pero fracasa y es corrida del plantel)-. En las tramas gringas el héroe descubre la conspiración y se salva, pero, si no hay un motor que haga girar las preguntas existenciales, ¿podríamos llegar al final sin reconocer la magnitud del esfuerzo inútil? ¿A cuántos millones en el mundo les pasará eso?

Fotografía personal

Me quedo con el quirófano súbitamente apagado cuando un donador realiza su última “entrega” y los doctores impasibles dejan la sala cual si se tratara de meras computadoras, lapiceros y oficios en un cajón; con Carey Mulligan y la representación facial viva de la inocencia infantil; con ganas de ver lo mejor de una Keira convertida en ciruela pasa con fleco, aunque mejorada -irónicamente- en su papel de convaleciente; me quedo con la explosiva actuación de Garfield en ese mismo estado, más verosímil que otro deficiente mental reciente (Christian Bale como hermano teporocho en The Fighter); me quedo con una película cuyo único defecto es que necesariamente será comparada con una novela fenomenal.

Me quedo con la sensación de que las distopías no necesitan ser obvias y visibles todo el tiempo para saber que se habita en ellas.