Churchill y el complejo de inferioridad

Por Héctor Camero Treviño

Todo mundo se burló de la comparación que el presidente Calderón hizo sobre sí mismo al sentirse “acosado como Churchill” por la opinión pública que según él, le pide en equivalencia ignorar el avance de la delincuencia organizada por la vía de las armas, mientras que al célebre dirigente inglés le habrían dicho lo mismo sus conciudadanos acerca del acercamiento de los nazis.

Nelson Ned, un brasileño muy mexicano: chaparro pero lleno de sueños

Nelson Ned, un brasileño muy mexicano: chaparro pero lleno de sueños

A expensas de saber si los miembros de la delincuencia organizada tienen un proyecto de purificación racial (exacerbación de las camisas floreadas y las cabezas rapadas como nuevo estereotipo nacional, tal vez), que incluya la invasión a un país tipo Polonia, como… Guatemala por ejemplo, la comparación del mandatario resultó ominosa, por decir lo menos, pero resulta un producto más de una actitud netamente nacional que consiste en la proyección de nuestros objetivos a escalas cuasi celestiales no apropiadas para la realidad en la cual vivimos y nos desempeñamos día con día.

Sí, esa noción del Presidente por desencajar lo concreto hacia niveles de abstracción inconcebibles –la última perla de FCH: comparar la trifulca de los jugadores del Cruz Azul y Morelia con el calentamiento global (¿?)-, no es producto del delirio personal de grandeza propio de quien ostenta un poder, tal y como Carlos I de España, frente a cuyo dominio no se colocaba el señor sol, sino de una actitud netamente mexicana, que según el difunto filósofo Samuel Ramos ha sido causal del complejo de inferioridad que caracterizaría la personalidad nacional.

Pelados, los ojos ante la realidad

Tratando de desentrañar a esa especie rara llamada mexicano, El perfil del hombre y la cultura en México del citado autor michoacano sostiene la teoría de que dicho sentimiento, expresado a través del “pelado” por medio del insulto, el albur, el machismo y el ninguneo, entre otros deportes nacionales, no es más que el intento de ocultar algo mucho más profundo, más recóndito, más inalcanzable, y por desgracia, más vergonzante.

Principalmente, Ramos asegura que los constitucionalistas de 1857 tuvieron gran culpa en esto: se basaron en la Constitución Francesa y otros ideales tomados de Europa pensando en que una varita mágica nos convertiría en un país civilizado, altamente funcional, unificado en criterios y ávido de progreso, de la noche a la mañana, sin riesgos de por medio y suprimiendo los 400 o 500 años que a tales civilizaciones les tomó llegar a ese estadio de desarrollo.

Ninguna meta fue imposible para los formadores de la patria. Analizando un precepto tan simple como el de la educación: laica, gratuita y obligatoria, nos damos cuenta de que si hoy son prácticamente incumplibles, más lo debieron ser al apenas promulgarse nuestra antigua carta magna, la de 1917. ¿Laica en un país 80% católico? ¿Gratuita por parte de un estado que apenas puede pagar sus deudas? ¿Obligatoria en un país donde la academia fue y sigue siendo menospreciada y donde la mexicanada se convirtió en un paradigma del método científico? Esto debe ser una broma.

Pero para el mexicano que se ve en las alturas, estos y otros sueños, ya de índole pública o personal, no son broma alguna. De tal forma, creíamos que con un papel llegaríamos a Francia e Inglaterra en unos cuantos años; que en una década, desde el Delamadridismo hasta el Salinato podríamos dar el brinco del tercer mundo al Top Ten del ranking mundial de Desarrollo; y a otros millones se les hace creer que nuestra selección de futbol debe ser cuando menos semifinalista en una Copa del Mundo (Justino Compeán dixit); todo ello basado en meras especulaciones y sueños guajiros.

Esa es la vergüenza nacional: el fracaso. Pero no un fracaso verdadero, sino uno ideado en la mente, racionalizando con el corazón sin ser conscientes del gran riesgo que conlleva caerse de las nubes cuando apenas conocemos qué estamos pisando. Somos buenos, grandes, fiesteros, la cultura más amplia y la mejor gastronomía del planeta. Sí… ¿y cuál es la necesidad de cacarearlo? El complejo.

La guerra guajira

“Quien habla mal a mis espaldas, mi culo contempla”: la frase del gordito británico se adecua a quienes usan su nombre en vano.

“Quien habla mal a mis espaldas, mi culo contempla”: la frase del gordito británico se adecua también a quienes usan su nombre en vano.

Volviendo a Calderón. Él se siente llamado por los dioses, y estando en la Presidencia, el vuelo hacia las alturas es peligroso por partida doble: por estadista dado a la megalomanía y por mexicano. Se sonroja cuando Obama le dice Elliot Ness, aunque el monero Jabaz tiene razón al cuestionarse en aquellos días “¿No habrá querido decir Nelson Ned?”.

Se compara con Winston Churchill porque en su mundito, la guerra librada entre ciertos mexicanos involucrados en un negocio por equis motivo contra el Estado al que pertenecen y que no quiere ver más matazones es idéntica a una fatwa palestino-israelí o la misma Segunda Guerra Mundial, sin medir el tamaño del universo en el cual tiene influencia, los objetivos que se tienen en frente (mi objetivo en esta guerra es… ganarla, dijo soberbia y mañosamente hace unos días), las motivaciones de tipo político-religioso-social-económico de una circunstancia y la otra, y demás factores que le quitan historicidad mundial a la lucha que libra cada vez más en soledad.

Del gran sueño a la gran caída… pregona Ramos aunque de manera más formal y desarrollada que la aquí expuesta; empero, el antecedente, la teoría, el librito, podría no fallar en esta ocasión, sólo esperamos que el complejo (“presumamos a México, su gente, su belleza, el avance de seguridad en sus calles”) no se esfuerce en vano en erradicar la imagen sanguinolenta del país. Que de michoacano a michoacano se entienda el mensaje… y que el Fracaso no sea tan estrepitoso.

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